Cómo Reaccionar Ante Dificultades Imprevistas

Me estoy haciendo mayor, querido Lector.

Ya sé que es inevitable, y que a todos nos pasa (lo contrario sería insólito), pero durante los últimos meses me he dado cuenta de que cada vez me salen más pelos blancos en la barba.

Y la nostalgia se ha convertido en un compañero de viaje habitual.

Me estoy acercando peligrosamente a los 40, y no me hace ni pizca de gracia. Para qué nos vamos a engañar a estas alturas.

Puede que me esté volviendo más cascarrabias con la edad, o quizás simplemente quiero que mi podcast suene lo mejor posible porque se ha convertido en una pieza clave de mi negocio (aquí te explico cómo y por qué), pero el caso es que también me molestan los ruidos cada vez más.

Y últimamente no he tenido demasiada suerte con los ruidos. Más bien todo lo contrario.

Pero como bien saben los Lectores habituales de esta página y los fieles Oyentes de La Academia de Marketing Online, tengo la (¿sana?) costumbre de analizar mis peripecias diarias en busca de lecciones prácticas para compartir contigo; lecciones que – quien sabe – a lo mejor pueden transformar tu propio negocio.

Así que eso es precisamente lo que voy a hacer hoy: aprovechar un inesperado dolor de cabeza en una oportunidad de aprendizaje para todos (empezando por mí mismo).

Desde hace aproximadamente 10 meses – cuando decidí dedicarme “full-time” a La Academia de Marketing Online y construir un negocio basado en ayudar a otros emprendedores a cumplir sus sueños – he estado rodeado de obras.

No te lo pierdas, porque la cosa tiene tela (y no me refiero, precisamente, a que de vez en cuando mi vecino pega cuatro martillazos en la pared para colgar un cuadro).

No. La cosa va más allá.

Cómo Reaccionar Ante Dificultades Imprevistas

Una dificultad imprevista

Primero, un buen día alguien decidió que había llegado el momento de pintar todas las vallas metálicas que rodean mi urbanización. Y claro, antes de pintar hay que quitar las capas viejas de pintura con una lija eléctrica que suena como mil tenedores rallando una plato de cerámica simultáneamente.

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y que los pintores (con sus máquinas del infierno) estaban por aquí, alguien decidió que de paso podían barnizar todas las barandillas de todas las escaleras de todos los bloques.

Ah, y ya puestos, por qué no darle también una manita de barniz a las puertas de todos los vecinos.

¡Sí que rentabilizaron la máquina lijadora del infierno! Oye, y todo esto durante doce horas al día, para que luego digan que en España no nos gusta trabajar.

Pero el plato fuerte llegó durante el invierno, cuando después de un fin de semana especialmente lluvioso alguien se percató de que uno de los parterres – gigantescos contenedores de ladrillos repletos de plantas – goteaba y el agua se estaba filtrando al garaje.

Hubo que tirar el muro de piedra y ladrillo a golpetazo limpio, impermeabilizar la estructura completa y luego volverla a erigir.

¿Sabes cómo suena una radial cortando ladrillo para darle las dimensiones adecuadas? Hace diez meses yo tampoco lo sabía, pero hoy en día rara es la noche en la que no sueño con ello.

Cómo Sobresalir De Dificultades Imprevistas
La siniestra máquina que he estado escuchando durante meses. Cortesía de Ferrovicmar

Divertido, ¿verdad?Porque durante tres meses eso es precisamente lo que sucedía cada día y todo el día justo debajo de la ventana donde grabo el podcast de La Academia de Marketing Online; un contenido que, como te explicaba en la introducción, es una de las piezas más importantes de mi negocio y donde la calidad del sonido es fundamental.

Pues no te creas que el festival termina ahí.

Durante estos últimos diez meses también he descubierto que tengo un vecino trompetista y otro tamborilero.

He descubierto que el conserje de la finca se entretiene llevando cubos de basura de una punta del patio a la otra (suena como una metralleta), luego los riega con una manguera, y finalmente les da otro paseo.

Cuando hace bueno, la junta de vecinos se reúne debajo de mi ventana (una especie de jornada de puertas abiertas donde todo el que pasa es bienvenido).

La vecina octogenaria de arriba decidió cambiar su bañera por un plato de ducha y, oye, ya que están los obreros en casa ¿por qué no quitar el gotelé de la pared, lijar el parquet y aprovechar para hacer todas esas obras que estaban pendientes desde hace unos 50 años?

Oye, y la cuadrilla debe de ser maravillosa porque creo que otros dos o tres vecinos se están pensando lo del plato de ducha.

La semana pasada me informaron mediante la vieja técnica del papel bajo la puerta que iban a proceder a cambiar todos los radiadores de la urbanización (varios centenares de vecinos), y parece que esta misma mañana han comenzado las obras.

¿Que cómo lo sé? Pues muy fácil. Porque cuando te lías a golpes con un viejo radiador para arrancarlo de la pared, la vibración reverbera por todo el edificio.

¡Qué suerte la mía!

Ah, todo ello aderezado por el llanto y los aullidos constantes de un viejo San Bernardo al que sus dueños dejan encerrado sólo en casa durante 8 ó 10 horas al día.

[ACTUALIZACIÓN: durante la elaboración de este artículo, he descubierto que en breve comienzan las obras para construir una nueva rampa de acceso para minusválidos. No sé qué tiene de malo la que hay actualmente, pero oye, seguro que es mejorable así que por obras que no quede. Muchos ejemplares de ÉPICO y Podcasting Power voy a tener que vender para pagar la próxima derrama.].

La reacción incorrecta ante un problema imprevisto

Mi primera reacción ante semejante panorama – una diabólica, rocambolesca y ruidosa amalgama de dificultades imprevistas que me han llevado hasta el borde de la locura durante los últimos 10 meses – fue la protesta.

Dificultades Y Problemas Imprevistos
La primera (y generalmente incorrecta) reacción ante un problema imprevisto

“¿Te lo puedes creer?” les decía, incrédulo y furioso al mismo tiempo como si tuvieran ellos la culpa.Cada vez que tenía que interrumpir la grabación de mi podcast por los molestos ruidos (y no han sido pocas, créeme) me tiraba de los pelos. Literalmente. Enviaba mensajes a mi Santa esposa, a mi Santa madre y a mi Santo padre lamentando mi mala suerte.

“Otra vez están las obras. Esto es increíble, así no hay quién trabaje… Si ya de por sí es difícil montar un negocio en Internet, encima tengo que lidiar con los ruidos. Esto ya es el colmo, así no se puede trabajar… Estoy condenado al fracaso…”

Pero claro, a pesar de mis mensajes y mis maldiciones – a pesar de jurar en arameo, de patalear, de maldecir todo lo que se movía y de tener que recurrir más de una vez a los ansiolíticos y tranquilizantes – el ruido seguía.

La protesta dio paso a la desesperación, finalmente a la resignación y por último – menos mal – a la solución.

No te creas que me di cuenta a la primera. La verdad es que tardé bastantes meses, pero al final, caí.

La primera y más obvia reacción ante las dificultades imprevistas – la incredulidad, la parálisis, la frustración, la rabia, el “por qué a mí”… – no sólo no solucionaba el problema, sino que lo empeoraba minaba mi concentración y mi energía.

Increíble pero cierto.

Pensar en secreto (y no tan en secreto) lo que me gustaría hacerle al albañil con su diabólica radial, insultar a las paredes y golpear la mesa una y otra vez sólo conseguían una cosa: blanquear más pelos de mi ya de por sí blanquecina barba de tres días.

Así que opté por otra vía: buscar una solución.

La reacción correcta ante un problema imprevisto

Suena a teleserie barata, o quizás al clásico anuncio casposo de la teletienda, pero en cuanto empecé a dirigir mi energía y mi frustración hacia la búsqueda de soluciones en lugar de maldecir mi mala suerte, todo cambió.

Evidentemente, un ingrediente tan importante en mi negocio como es el podcast no podía depender de si ese día había obras, ni de si el perro del vecino (no es un adjetivo, me refiero literalmente al animal de compañía propiedad del vecino) decidía aullar más o menos ese día.

Uno de los pilares más importantes de mi negocio (más sobre eso aquí) no podía estar en manos de los radiadores, ni del lugar de reunión escogido por la junta de vecinos ni por el número de paseos que ese día decidiera dar el conserje a los cubos de basura.

No.

No podía permitirme el lujo de cancelar una entrevista con alguno de mis invitados (entrevistas que frecuentemente se agendan con meses de antelación), ni estar más pendiente del festival acústico vecinal que de la conversación con mi invitado.

La solución es muy sencilla. Los días en los que toca grabar un podcast, lo hago desde otro sitio. Ni siquiera intento hacerlo en el lugar ruidoso. ¿Para qué tentar a la suerte?

No te voy a engañar, tiene sus inconvenientes grabar en otro sitio. Requiere transportar material, modificar horarios y realizar desplazamientos adicionales. Pero no hay ruido.

Como sabes, llevo más de 15 años dedicado profesionalmente al marketing digital y los negocios en Internet. Durante este tiempo he participado directa e indirectamente en innumerables proyectos, y he ayudar a miles de emprendedores a levantar sus propios negocios.

He visto en primera persona cómo la frustración por acontecimientos y problemas imprevistos han llevado a más de uno a echar el cierre; y todo por una reacción inadecuada, no por los problemas en sí.

Pasa todos los días. Personas que no terminan de lanzar su blog porque no consiguen instalar WordPress; eternos soñadores que nunca materializan su sueño porque el bebé llora por las noches, o porque tienen un trabajo a jornada completa y durante el fin de semana están demasiado cansados; emprendedores que se quedan estancados porque el día a día les come y no tienen tiempo de planificar el próximo gran paso para su negocio (ese paso que podría suponer un antes y un después).

Los problemas inesperados y las dificultades imprevistas nos afectan a todos cuando menos lo esperamos y – generalmente – en el peor momento posible. Por eso se llaman “imprevistos” e “inesperados”. No te creas que eres el único, no te creas que el Universo la ha tomado contigo.

No podemos evitar que ciertas cosas ocurran; contratiempos molestos para nuestro negocio e incluso para nuestra vida.

Pero sí podemos dirigir nuestra energía en solucionar el problema o mitigar sus consecuencias en lugar de dejarnos llevar por una siniestra espiral de autocompasión que sólo conduce a más frustración.

Ahora mismo siguen los martillazos. Ya no sé ni de dónde viene el ruido. Pero me da igual, porque no estoy grabando un podcast sino escribiendo un post.

Y tengo tampones para los oídos. Todo va a salir bien 🙂